domingo, 7 de marzo de 2021

RELATOS - CUENTOS Y VIVENCIAS

 YUCHAN


                                              Fecha: 25 de Mayo del 2009


Yuchan: estación ferroviaria del ramal C-18 del FC Belgrano (provincia de Salta)

Cuento.

Me llamo Juan Narciso Cruz, pero desde chico me apodaron "chuequito", por mis piernas delgadas y curvadas. Viví en mi niñez en el pueblito de Yuchán, quizás muchos ni siquiera habían oído hablar de este en el Chaco salteño, sobre la ruta provincial 5 entre el río San Francisco y la estación Esteban de Urizar, es allí donde se levanta un caserío alrededor de la estación ferroviaria de Yuchán y que forma parte del ramal C-18 del FC Belgrano.

En aquella época de mi niñez, la zona estaba cubierta por el monte muy tupido donde abundaban los árboles conocidos como "palo borracho" y sus numerosos nombres como Torobochi, Algodonero, Palo botella, Palo barrigudo, Samohu, Ñandubay o Yuchán, de esta última terminología el FC Central Norte Argentino bautizó la estación ferroviaria que dió lugar a este pequeño asentamiento urbano allá por 1937.

Ahora vivo en la ciudad de Salta, trabajo en la administración pública y nunca regrese a Yuchán porque mi familia ya no vive allá, pero siempre estoy volviendo imaginariamente a aquellos hermosos tiempos de mi niñez, junto a la pandilla, donde yo era el jefe.

La mañana pasa lentamente, hay poco trabajo por ser época de vacaciones, me levanto, enchufo la cafetera para hacerme un cafecito, regreso a mi escritorio, miro los papeles que debo estudiar y contestar, mientras mordisqueo la lapicera birome, mi mente vuela en el tiempo hacia Yuchán.

" Una tarde de verano, había citado en las cercanías del andén de la estación a mis amigos para realizar una peligrosa misión en el bosque cercano. A la mañana siguiente allí estaban "el porra" Luisito que lo llamaban así por usar el pelo largo; "el ñato" Tomasito Mamani, que tenía una nariz muy pequeña y la carita redonda con muchas pecas, "el gordo" Miguel que solo pensaba en comer y la "Colo", la única mujer del grupo que la llamaban así por ser pelirroja.

Por esa época yo tenía 11 años y Luisito era el más pequeño, creo que rondaba los 9 añitos, formábamos un hermoso grupo de amigos, además de ser los únicos chicos de esa edad en la localidad y dos concurríamos a una escuela primaria casi a la salida del pueblo muy cerca de la ruta (en ese tiempo sin pavimentar).

Llegó el sábado, temprano me apersoné en la estación que estaba a menos de una cuadra de mi casa y allí esperaría a mis amigos para la peligrosa misión que realizaríamos. Mientras juntaba una piedritas en medio de las vías, para mi gomera, llegaba un tren de pasajeros proveniente de Pichanal del cuál se bajaron don Abraham y su hijo mayor, cargados de bultos. El turco, como se lo conocía, tenía el único almacén que había en el pueblo, donde se vendía todo lo que necesitaba la gente para su sencilla vida, allí encontrábamos también nosotros los útiles para la escuela y por supuesto las golosinas que eran las más caras delicias, sobre todo para el gordo Miguel.


                                             La escuela primaria de Yuchán

El primero en llegar fue el Ñato, con sus pantalones cortos de un color azul descolorido y una remera amarilla con rayas negras y sus zapatillas "flecha", de un color barroso que alguna vez fueron blancas. Luego llegó Luisito, siempre con su cabello enmarañado, una remera roja y un pantalón un poco grande, porque decía que lo había heredado de su hermano mayor; la tercera fue Susanita, "La Colo"", con una tortilla en su mano derecha, del desayuno que había unos minutos atrás había disfrutado en su casita con un jarro hirviendo de mate cosido. Su vestido amarillo un poco más arriba de sus rodillas, que mostraba sus delgadas piernas con muestras de arañazos de los espinos y ramas por donde solíamos correr, calzaba unas sandalias de plástico de un rosa descolorido por el paso del tiempo, y por último llegó Miguel con una serie de justificaciones por su llegada tarde. El gordo solía usar unos pantalones cortos con elástico de color verde oliva y que su madre les había agregado unos tiradores de tela para que no se les cayeran, una remera blanca muy corta que le dejaba al aire su ombligo y su pancita, calzaba unas alpargatas que su papá le había comprado en el almacén del turco Abraham.

Ya reunida la tropa pasé a detallarle el plan que tenía en mi mente de niño, lo había titulado "Operación Suri"; el mismo consistía en robar un gran huevo de Suri de un nido, que en mis correrías por el monte había descubierto hacía unos días. Para aquellos que no sepan que es un Suri, es una gran ave corredora emparentada con la familia de los ñandúes y que abundan en la región chaqueña y cuyos huevos son de un tamaño de una pelota de vóley.

Comunicada la misión, partimos caminando por las vías rumbo norte o sea hacia el río San Francisco, la "tropa" iba armada hasta los dientes con hondas (gomeras), palos y piedritas redonditas que abultaban todos los bolsillos. La "Colo" llevaba en una de sus manos, una larga varilla cortada por el camino mientras que en la otra mano iba terminando la tortilla que mordisqueaba distraídamente mientras miraba los numerosos pájaros asentados en los cables del telégrafo ubicados a un costado de las vías férreas y los grandes nidos de distintas aves construidos en los postes metálicos de dicho telégrafo.  

Caminamos un centenar de metros, has que encontramos un pequeño sendero que se adentraba en el bosque, el sol de la mañana empezaba a calentar y con las sombras de los árboles hacían un extraño paisaje de luces y sombras.

Ciento de sonidos nos invadían, grillos, ranas, pájaros y otros ruidos, nos hacían avanzar en forma sigilosa, como una patrulla militar en medio de una selva llena de enemigos. El gordo Matías se paró en un tunal y pretendió sacar una fruta (tuna) que se encontraba madura, pese a que sabía que estaba llena de janas (diminutas espinitas), así todo la tomó y después en el camino se fue quejando de los pinchacitos.

El sendero era tortuoso y lleno de plantas espinosas y de ramas que nos arañaban las piernas y los brazos desnudos, pero los soldados seguían firmemente al líder hasta completar la misión.

Fue así que en un pequeño claro bajo un gran lapacho estaba el nido custodiado por un Suri macho. Sin hacer ruido, junté a la tropa y trazamos un plan de apoderamiento. Mientras "la Colo" y el gordo trataban de ahuyentarlo del nido al Suri haciendo todas clases de ruidos y parsimonia, el Ñato, Luis y yo nos acercamos detrás del árbol para tomar un huevo del nido.

El plan se cumplió a la perfección y logramos robar el ansiado huevo y comenzamos el retroceso que se convertiría en una desesperada carrera cuando se hizo presente la hembra reclamando su huevo. Llegamos a las vías del tren y comenzamos a correr rápidamente y sobre todo yo que llevaba el huevo, sería por el nerviosismo o el miedo que me produjo la persecución, que el huevo se me escabulló de mis manos cayendo en medio de las vías, rompiéndose en un durmiente que sobresalía y que fue donde me tropecé cayendo de rodillas, para levantarme sin recuperar el huevo y seguir corriendo más aún cuando sentí el silbato de un tren que venía en el mismo sentido que corríamos, el silbato se hizo más estridente y de pronto ese silbato me sonó muy cerca, era la cafetera que había enchufado minutos antes y que me hizo regresar a la actualidad.



                                                      Estación Yuchán año 2016

De mi libro. Historia Sobre Rieles, Editado en Salta en el 2018.



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